De entre las tendencias metodológicas activas, entendidas como aquellas que ponen en el centro del proceso de aprendizaje al alumnado, destacan dos: Flipped Classroom y Aprendizaje Basado en Proyectos, ambas potentes motores de transformación en el entorno del alumnado, sin olvidar la que vio nacer al @Proyecto42JdM: aula interactiva, inclusiva y dialógica.
En efecto, requieren para su puesta en marcha de modo óptimo unas aulas mucho más flexibles, en las que el mobiliario no suponga un obstáculo sino que facilite diferentes estructuras del grupo, que contengan en sí mismas la posibilidad de transformarse con rapidez y sin molestar al resto (ay, esas sillas y mesas actuales, que cada vez que se mueven parecen anunciar el apocalipsis), con las herramientas necesarias al alcance de todo el mundo, etc.
Y aunque no se den estas condiciones, el espacio cambia porque también lo hace el comportamiento del grupo: el alumnado habla pero no grita, se levanta según sus necesidades, muestra un dinamismo inexistente en las tradicionales clases unidireccionales en las que el profesorado está (o debería) en el punto de mira del grupo, pertrechado en la pizarra y muy lejos de la última fila, donde se producen a saber qué cosas.
Solo con estos pequeños cambios, el ambiente se modifica y se produce el pequeño milagro cotidiano del aprendizaje.
Como todo sistema, si se altera alguno de los elementos que lo compone, la totalidad también lo hace; está en nuestras manos que esas transformaciones sean relevantes y coherentes manteniendo como referencia el objetivo último: el aprendizaje memorable y significativo, transformado en conocimiento y competencia para todas las personas que integran el grupo, y que va más allá del alumnado.
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