Cuando en el curso de los acontecimientos humanos se hace necesario para
un pueblo disolver los vínculos políticos que lo han ligado a otro y
tomar entre las naciones de la tierra el puesto separado e igual a que
las leyes de la naturaleza y el Dios de esa naturaleza le dan derecho,
un justo respeto al juicio de la humanidad exige que declare las causas
que lo impulsan a la separación.
Sostenemos como evidentes estas verdades: que los hombres son creados
iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos
inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda
de la felicidad.
Que para garantizar estos derechos se instituyen entre los hombres
los gobiernos, que derivan sus poderes legítimos del consentimiento de
los gobernados; que cuando quiera que una forma de gobierno se haga
destructora de estos principios, el pueblo tiene el derecho a reformarla
o abolirla e instituir un nuevo gobierno que se funde en dichos
principios, y a organizar sus poderes en la forma que a su juicio
ofrecerá las mayores probabilidades de alcanzar su seguridad y
felicidad. La prudencia, claro está, aconsejará que no se cambie por
motivos leves y transitorios gobiernos de antiguo establecidos; y, en
efecto, toda la experiencia ha demostrado que la humanidad está más
dispuesta a padecer, mientras los males sean tolerables, que a hacerse
justicia aboliendo las formas a que está acostumbrada. Pero cuando una
larga serie de abusos y usurpaciones, dirigida invariablemente al mismo
objetivo, evidencia en designio de someter al pueblo a un despotismo
absoluto, es su derecho, es su deber, derrocar ese gobierno y proveer de
nuevas salvaguardas para su futura seguridad.
(Los dos párrafos siguientes no entran en el comentario)
Tal ha sido el paciente sufrimiento de estas colonias; tal es ahora
la necesidad que las obliga a reformar su anterior sistema. La historia
del presente Rey de la Gran Bretaña es una historia de repetidos
agravios y usurpaciones, encaminados directamente hacia el
establecimiento de una tiranía absoluta sobre estos estados. Para probar
esto, sometemos los hechos al juicio de un mundo imparcial.
Ha rehusado su aprobación a leyes de las más saludables y necesarias para el bien de todos.
Ha prohibido a sus gobernadores aprobar leyes de importancia
inmediata y urgente, a menos que se suspenda su puesta en vigor hasta no
haber obtenido su aprobación; y, una vez hecho así, ha desdeñado
totalmente ocuparse de ellas.
Se ha rehusado aprobar otras leyes para la colocación de grupos
numerosos de personas, a menos que estas renuncien al derecho de
representación en la legislatura, derecho inestimable para ellas y
temible solo para los tiranos.
Ha convocado a los cuerpos legislativos en lugares inhabitables,
incómodos y distantes del depósito de sus archivos públicos, con el solo
propósito de cansarlos en el cumplimiento de sus disposiciones.
Ha disuelto repetidamente las cámaras de representantes, por oponerse
con firmeza viril a su violación de los derechos del pueblo.
Después de disolverlas, durante mucho tiempo se ha rehusado a que se
elijan otras, por lo que los poderes legislativos, no sujetos a la
aniquilación, sin limitaciones han vuelto al pueblo para su ejercicio,
mientras que el estado permanece expuesto a los peligros de invasión
externa y a las convulsiones internas.
Se ha propuesto evitar la colonización de estos estados,
obstaculizando con ese propósito las leyes de naturalización de
extranjeros, negándose a aprobar otras que alienten las migraciones en
el futuro y aumentando las condiciones para las nuevas apropiaciones de
tierras.
Ha entorpecido la administración de la justicia, rehusando su
aprobación a leyes para el establecimiento de los poderes judiciales.
Ha hecho que los jueces dependan de su sola voluntad, por la tenencia de sus cargos y por el monto y pago de sus salarios.
Ha creado una multitud de nuevos cargos y enviado aquí enjambres de
funcionarios a hostigar nuestro pueblo y a comerse su hacienda.
Ha mantenido entre nosotros, en tiempos de paz, ejércitos permanentes sin el consentimiento de nuestra legislatura.
Ha influido para hacer al ejército independiente del poder civil y superior a él.
Se ha aliado con otros para someternos a una jurisdicción extraña a
nuestra constitución y desconocida por nuestras leyes, dándoles su
aprobación para sus actos de pretendida legislación:
Para acantonar nutridos cuerpos de tropas armadas entre nosotros;
Para protegerlos, mediante juicios simulados, del castigo por los
asesinatos de que hayan hecho víctimas a los habitantes de estos
estados;
Para impedir nuestro comercio con todas las partes del mundo;
Por imponernos impuestos sin nuestro consentimiento;
Para privarnos, en muchos casos, de los beneficios del juicio con jurado;
Para llevarnos a ultramar con objeto de ser juzgados por supuestas ofensas;
Para abolir el libre sistema de leyes inglesas en una provincia
vecina, estableciendo allí un gobierno arbitrario y extendiendo sus
fronteras a manera de hacer de ella un ejemplo y un instrumento adecuado
para introducir el mismo gobierno absoluto en estas colonias;
Para quitarnos nuestras cartas [privilegios], aboliendo nuestras
leyes más estimables y alterando fundamentalmente las formas de nuestros
gobiernos:
Para suspender a nuestras legislaturas y declararse a sí mismo
investido de poder para legislar por nosotros en cualquier caso que sea.
Ha abdicado al gobierno de aquí, declarándonos fuera de su protección y costeando la guerra en contra nuestra.
Ha saqueado nuestros mares, devastado nuestras costas, incendiado nuestras ciudades y destruido las vidas de nuestra gente.
En este momento, transporta grandes ejércitos de mercenarios
extranjeros para concluir su obra de muerte, desolación y tiranía,
iniciada ya en condiciones de crueldad y perfidias apenas igualadas en
las más bárbaras épocas y totalmente indignas del jefe de una nación
civilizada.
Ha obligado a nuestros conciudadanos capturados en alta mar a empuñar
las armas contra su propio país, a convertirse en verdugos de sus
amigos y hermanos o a perecer bajo sus manos.
Ha alentado las insurrecciones domésticas entre nosotros y ha tratado
de inducir a los habitantes de nuestras fronteras, los despiadados
indios salvajes, cuya norma de lucha es la destrucción indiscriminada de
todas las edades, sexos y condiciones.
En cada etapa de estas opresiones hemos pedido justicia en los
términos más humildes: a nuestras repetidas peticiones se ha contestado
solamente con repetidos agravios. Un Príncipe, cuyo carácter está
marcado por todos los actos que pueden definir a un tirano, no es digno
de ser el gobernante de un pueblo libre.
Tampoco hemos dejado de dirigirnos a nuestros hermanos británicos. Les
hemos prevenido de tiempo en tiempo de las tentativas de su poder
legislativo para englobarnos en una jurisdicción injustificable. Les
hemos recordado las circunstancias de nuestra emigración y radicación
aquí. Hemos apelado a su innato sentido de justicia y magnanimidad, y
les hemos conjurado, por los vínculos de nuestro parentesco, a repudiar
esas usurpaciones, las cuales interrumpirían inevitablemente nuestras
relaciones y correspondencia. También ellos han sido sordos a la voz de
la justicia y de la consanguinidad. Debemos, pues, convenir en la
necesidad que establece nuestra separación y considerarlos, como
consideramos a las demás colectividades humanas: enemigos en la guerra,
amigos en la paz.
A partir de aquí, sí:
Por lo tanto, los representantes de los Estados Unidos de América, convocados en Congreso General,
apelando al Juez Supremo del mundo por la rectitud de nuestras
intenciones, en nombre y por la autoridad del buen pueblo de estas
Colonias, solemnemente hacemos público y declaramos: que estas colonias
Unidas son, y deben serlo por derecho, Estados libres e independientes;
que quedan libres de toda lealtad a la Corona británica, y que toda
vinculación política entre ellas y el Estado de la Gran Bretaña queda y
debe quedar disuelta; y que, como Estados libres o independientes,
tienen pleno poder para hacer la guerra, concertar la paz, concertar
alianzas, establecer el comercio y efectuar los actos y providencias a
que tienen derecho los Estados independientes. Y en apoyo de esta
Declaración, con absoluta confianza en la protección de la Divina
Providencia, empeñamos nuestra vida, nuestra hacienda y nuestro sagrado
honor.
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