La semana pasada tuvieron lugar las Pruebas para el Acceso a la Universidad, PEBAU o Selectividad de toda la vida. Hoy, domingo, una barbaridad de gente se ha presentado a la prueba escrita de las oposiciones para el acceso al cuerpo de Maestros y Maestras.
¿A cuento de qué relacionar ambos eventos?
En lo que me atañe directamente, hay gente que conozco en los dos, a una y otra parte del abismo: alumnado que tuve en 4º de ESO y que acaban de recibir esas extrañas (siempre "peculiares") notas que les permitirán o no llegar a los estudios universitarios que supuestamente ansían, pero también profesorado que ha impartido clases en 2º Bachillerato, el único llamado a ser corrector de esas pruebas y que aplican los criterios de calificación de forma, cuando menos, arbitraria.
Por otra parte, a las oposiciones se han presentado igualmente más de una persona que hubo de sufrirme en el Instituto en su momento, y asimismo, hay colegas que forman parte de los tribunales que han de decidir que dispongan de un puesto en el funcionariado para toda la vida laboral.
Distintos roles, pero ninguno de ellos es agradable ni envidiable ni -lamentablemente- útil.
De las PEBAU se ha dicho casi todo, y prácticamente nada positivo. De hecho, supedita en buena medida el devenir de 2º Bachillerato a ellas, fuerza a un aprendizaje banal y efímero, incapacita al alumnado para lidiar con estudios superiores que generalmente les decepcionan, aspecto éste último trufado por la escasa tolerancia a la frustración que frasecitas como "persigue tu sueño" "tú puedes con todo" y otras semejantes con las que se ha hecho mucho dinero, han impulsado. Un alumnado incapaz en la mayoría de las ocasiones de valorar con precisión su propio rendimiento, que se siente abrumado por la magnitud del evento, viviéndolo -al igual que ocurre con las oposiciones- como un momento crucial en el que se dirime todo su futuro.
Quienes hoy concurren a las oposiciones tienen en la mayor parte de los casos, escasa experiencia en el mundo educativo, no pocas veces limitada a las prácticas del Grado, y una visión idealizada de la realidad o la promesa de un trabajo fijo que, aunque bastante desprestigiado, supone esa estabilidad laboral y económica que es todo un éxito en este país decimonónico. Recuerdo haber visto en una Sala de Profes un cartelito puesto por una interina que abogaba por obtener directamente la plaza y argumentaba "No quiero estudiar más", identificando las oposiciones con ese calvario de estudio sin sentido de un temario que poco o nada tiene que ver con lo que va a ser el día a día en el centro educativo y que exige del profesorado esa formación constante, la continuación lógica del pensamiento crítico que debería haberse iniciado desde la más temprana edad para estar en disposición de encararse con las milongas vertidas desde los más diversos foros. Y ahí están, con la nariz metida en textos generalmente mal enfocados, repletos de referentes a memorizar porque citar autores es muy importante (como si lo fueran a hacer delante de un grupo de 4º de Primaria), pero sin idea alguna de empoderamiento de su propio alumnado, de trabajo cooperativo docente, del uso de herramientas digitales, de metodologías y principios acordes al siglo XXI con una autoimagen que sigue pareciéndose peligrosamente al profe molón de "El club de los poetas muertos", aunque ni siquiera hayan visto la peli.
Se impone una revisión en profundidad de estas opciones cuya opción es filtrar de una manera burda e ineficaz, determinada por una nota (siempre las notas) que no refleja ni remotamente capacidades, habilidades o competencias para los retos a los que han de enfrentarse.